domingo, 28 de mayo de 2017

Sobre las guerras desde la guerra





Abuela, abuelo: hoy los entiendo un poquito más. No sólo inmigrantes españoles, algo más: exiliados, casi a la fuerza, por la guerra, por el dolor. Me encantaría poder abrazarlos  y decirles: yo entiendo. Pero no puedo. Y es casi un chiste cósmico, esto de los ciclos. Nadie se está riendo, pero casi, casi, me alegra que no tengan que ser partícipes de esta barbarie, de este chiste del que nadie se ríe, otra vez.


I.
En las guerras en realidad hay un sólo bando: el dolor. Y la sangre no es roja o azul porque siempre es igual: negra. Quizás es por eso es que algunos no la ven o se empeñan en no verla: se confunde con el pavimento mojado o con la oscuridad de los que la derraman o con el sol que ya no sale.


II.
En las guerras a veces uno amanece acordándose del pasado. Y hay días en los que uno se aferra a esos otros días y ve con cariño aquellos terrores que vivió en soledad. Porque vivir una tragedia privada es más fácil que vivir una pública. A dónde te escapas en dónde te escondes en quién te refugias si hay un sólo bando y es el dolor y hay un sólo color y es el negro.


III.
En las guerras uno entiende realmente el significado del hoy y de la belleza. Antes uno pensaba que lo sabía pero de pronto se da cuenta de que todo lo que creía que sabía es un borrón. Uno aprende el valor del hoy cuando no tiene más opciones que vivir en él y uno aprende el valor de la belleza cuando no la encuentra y se obliga a buscarla porque sin ella no puede vivir en el hoy porque todo es pasado. Y te arrastra.


IV.
En las guerras a uno le da por cantar todas las canciones que le recuerdan a otros dolores. De hecho, uno se empeña en reabrir las heridas y sangrarlas de nuevo y ver un color que no sea negro y sentir un dolor que no sea el de una tierra. Es más cómodo sufrir como un desterrado. Y es que esas heridas de otros días te recuerdan que es posible cicatrizar el sufrimiento y dejar de llorar y uno se tiene que aferrar a algo porque si no es imposible vivir en el hoy y buscar la belleza. Pero cómo vives en el hoy aferrándote a que el pasado ya es pasado y que alguna vez viste la belleza. Cómo.

V.
En las guerras uno se ve tentado a refugiarse a lo banal, porque te tienes que aferrar a algo y aferrarte al pasado es muy complejo. En lo banal no piensas y si no piensas no sientes y no ves la sangre negra ni el sol que ya no sale y no te importa que Helena se haya exiliado. Pero te tiene que importar y tienes que obligar a Helena a volver y gritarle: yo sé que es más fácil vivir el dolor como extranjero pero te necesito aquí para que le des colores a la sangre y alumbres el sol y no permitas que la oscuridad marchite las flores y porque sin ti me tengo que aferrar al pasado o a lo banal y si me aferro al pasado no vivo el hoy y si me aferro a lo banal no te busco.


VI.
En las guerras uno tiene que acordarse de los motivos por los que luchaba antes. Jamás volverás a ser esa persona que luchaba por esas otras cosas pero esta persona nueva que eres puede apropiarse de esas causas antiguas. Esta nueva persona ve todo aquello con unos ojos nuevos y puede decidir deshacerse de lo que era banal y seguir luchando por lo que de verdad era importante. Y al final sólo importa una cosa: la libertad.


VII.
En las guerras tarde o temprano uno se da cuenta de que la libertad, la justicia y la belleza son sinónimos. Y si en las guerras tienes una motivación diferente a esas tres palabras, a las palabras, entonces no luches porque no eres noble y bates tus armas en favor de la peste. Y es que al final uno sí se tiene que aferrar a algo pero eso a lo que se tiene que aferrar no es el pasado ni lo banal ni el futuro: uno se tiene que aferrar a la belleza aunque no la vea porque precisamente volver a verla alguna vez es el motivo, por eso estás en el frente y por eso derramas tu sangre negra bajo un sol que ya no sale y sobre un pavimento que ya estaba mojado antes de que tu llegaras y por eso perteneces al único bando que existe: el dolor. Todos lloran el exilio de Helena.


Guatire, 22 de mayo de 2017

jueves, 27 de abril de 2017



No hay imágenes. Insomnio. Días sin dormir o durmiendo mal o durmiendo despiertos. Miradas, son todo miradas y rostros sin nombres o con muchos nombres. Y el silencio, el silencio ya no existe. Nos lo robaron. ¿Dónde estás que no te veo, Helena, dónde estás? Se supone que la sangre y las lágrimas son las mejores tintas para nuestras plumas, eso nos dice la historia. Pero yo no puedo escribir. Me gustaban los insomnios que le dedicaba a las musas, pero en estos insomnios ellas callan porque todos gritan. No hay palabras pero tampoco hay silencio. La tragedia fue privada la última vez que pasé tantos días sin escribir. El abismo y el caos estaban consumiéndome desde el interior de mi pecho. Estaban allí, engullendo poco a poco mi carne y mis huesos, pero estaban allí, contenidos en mis fronteras. Yo era su represa y sólo se desbordaban en los límites de mi cuerpo maltratado. ¿Y ahora? Ya no me queda el consuelo falso de que es una sola alma la que está rota. Ya no es la lucha egoísta del cuerpo contra la memoria. No, ya no grito yo sola, ahora gritan todos. ¡Pero es que siempre han gritado todos, gritaban cuando creía que gritaba yo sola y siguen gritando ahora que los oigo! La lucha contra la memoria, contra algunas zonas de la memoria, no se acaba nunca, eso es cierto. ¿Pero y esta? ¿Qué hacemos cuando tenemos que mantener viva la zona de la memoria que más vida nos quita?
Los rostros las miradas los nombres. Siempre en los labios. Siempre en las manos. Siempre en los pies. ¡Pero queman, joder, queman! Abres las ventanas y todo es fuego. Afuera arde pero adentro arde también. Las lenguas se cuelan por las grietas de las paredes, por las esquinas, por los resquicios de las baldosas mal puestas, por las goteras que aún tiene el techo. Y ninguna memoria se calla, nunca. Ni la mía ni la de esta tierra. Hay que aprender a escuchar. Tenemos que afinar el oído antes de que empieza a gritarnos. Y ya es muy tarde. ¿Para qué? ¡Qué se yo! La única realidad aquí es que nadie sabe nada. Seguimos a los que mejor aparentan la mentira de la comprensión. Pero habría que sumergirse en el mar de lava de ella, de la memoria, de la individual y de la colectiva, para acercarnos a algo parecido al entendimiento. Y de ahí sólo sale vivo el que es escoltado por Helena. ¿Y dónde estás, Helena, dónde? No estás en el llanto de las madres que no van a volver a escuchar nunca las risas de sus hijos. No estás en el chasquido seco e indiferente de los rifles de los uniformados. No estás en las palabras brutas y vulgares de los que dicen gobernar. (En realidad el único gobierno es el del caos. Toda sensación de orden es un espejismo). Quizás veo tu sonrisa en dedos que se entrelazan, en cuerpos que se juntan, en miradas que se encuentran en medio de estos desatinos. Debe haber algún niño en alguna parte acariciando a un gato callejero. Debe haber alguien enterándose de que no volverá a cruzar caminos jamás con su abusador. Debe haber alguien viendo al cielo y dándose cuenta por primera vez de que está vivo.
¿Para eso sirven estos caos, no? Para diferenciarse del ruido, para entender lo que significa estar aquí hoy. ¿Y esos que ya no están, lo habían entendido también? ¿Habrían salido a las llamas si hubieran sabido  que ese era su horizonte? ¿O es que acaso esa es la única manera de caminar por el incendio? Suponiendo que no vas a salir nunca. Que no hay océano detrás del fuego. Ninguna muerte sirve nunca para nada. La muerte nunca "vale la pena", ni honra a una tierra o a un principio. ¿Vale la pena morir por la libertad? La libertad de otros, porque tú ya no estás. La muerte siempre es injusta. ¿El sacrificio, el precio a pagar? Ellos no van a volver a ver el mar nunca. Se acabaron las flores y los besos y el dolor. Se acabó. Y a nosotros nos arden mucho las miradas y los rostros y los nombres. Tenemos nuestros propios abismos y ahora tenemos un abismo compartido y el abismo de los que ya se fueron. ¿Vale la pena contar de aquella vez que me di cuenta de que veía el mundo encerrada en una torre de cristal? ¿De qué sirve hoy mostrar las heridas que me causaron las astillas en las manos cuando las quebré para escaparme? ¡Y yo pensaba que era libre y que se había acabado y que era el último gran titán! ¿Por cuántas libertades puede luchar uno sin decidir que al final los motivos en realidad no existen? Porque no los ves porque estás luchando para recuperarlos pero no conoces su rostro o se te olvidó de qué color eran sus ojos.
Insomnio pero se asoman las palabras. Sin orden sin medida sin imágenes, pero se asoman. En realidad no cambia nada. Las miradas y los rostros y los nombres y el ruido y las ausencias y la memoria siguen surcándome la piel. Pero se asoman las palabras. Febrilmente.


Guatire, 26 de abril de 2017


sábado, 3 de diciembre de 2016

Petaloúda

Vigo, Galicia, España.


Pεταλούδα

Me gusta pensar que las aves enjauladas cantan porque están vivas. Imagino que sueñan con el oro sólido en el cielo y con los diamantes líquidos que caen por las montañas y surcan las praderas. Fantaseo con sus vidas pasadas, con que tuvieron padres que les contaron de las hadas que habitan en los bosques, unas criaturas que poseen alas hechas de pétalos y hojas que las clasifican según las estaciones: las de tonos ocre son las hadas de otoño, las de pastel y acuarelas son las de primavera, las de colores brillantes y vibrantes son las de verano y las más raras, las de alas transparentes y tornasol, son las de invierno. Las hadas, poseedores de una filosofía ancestral por contener sus alas todos los secretos de Grecia, les cuentan a las aves que podrían no ser, que podrían nunca haber sido pensadas por alguien y, por lo tanto, no se puede dar la creación por descontada. Pero también las pudieron haber imaginado en otros sitios menos hermosos, y entonces estarían habitando en parajes muertos, sin luz, ni colores, ni música. Y cuando un ave enjaulada escucha la risa de alegría del niño que la observa, que les pidió a sus padres un pedacito de naturaleza, sin maldad, con la misma inocencia con la que arranca una flor de su arbusto para regalársela a su madre, entonces le gusta ser símbolo de libertad, aunque esté presa. Le gusta pensar que cuando el niño deje de ser niño la verá en su memoria y entenderá lo que significa eso, ser libre, la filosofía, la creación, la belleza, y entonces el alma de ese que en antaño fue niño será más amplia y consciente. Y, mientras eso no ocurre, el niño le sonríe porque la ama con la misma pureza que ama el mar al cielo. Entonces canta el ave enjaulada, porque sabe que está viva.


Guatire, 10 de noviembre de 2016

domingo, 30 de octubre de 2016

Retratos y torbellinos.



          Paseo marítimo de Barcelona, España


Retratos
Lo que fui, no sé. No me recuerdo. Me cuesta ver a esa niña. ¿Dónde está? ¿Por qué luce su mirada tan perdida? No lo sabe, no sabe que ha naufragado, no sabe que está en busca de la costa. ¿Cómo puede vivir en su cuerpo si su consciencia está dormida? Nadie la ayuda. Nadie toma su mano. Y ella no escucha las voces. Está sola, sola y fragmentada. Y no lo sabe, no sabe que la miran con extrañeza. Maldicen en su sombra. Pero lo único que ella conoce son las fugas de su alma.
Si seré, no sé. El porvenir es una figura que aparece en el desierto.
Lo que soy, es. Existo. Estoy hoy aquí, entre signos y luces. Ahora me veo y ya no me cuesta. No se me astillan las pupilas. La certeza se asoma por mis venas, y si las sigo llego al alma, en la que está contenida mi consciencia, que ya se ha remendado. La niña alcanzó el puerto después de nadar sin destino. Y se vio y entendió. Ya sabe qué caminos transita, sabe que los transita.
Pero hoy me han traído de vuelta a la niña. Me la han presentado. La he conocido y me han dolido los ojos. ¿De qué sirve tratar de darle sentido al orden de unos pasos que el mar ya ha borrado de la arena? Esa niña ya no existe. La marea también la ha arrastrado a ella. Ahora los fragmentos son espuma, lo laberintos se han venido abajo y sus escombros erosionaron este suelo nuevo. Hay flores asomándose como acuarelas entre las grietas invisibles. El sol sigue en el horizonte, pero ahora sé que no hay caminos que me lleven a él. Los puentes los tienes que crear tú, y su solidez depende de la tuya.
Blinda tu consciencia. Yo ya la tengo blindada. No permitas que retroceda a la crisálida. Ama sus alas de mariposa de primavera y no te niegues jamás a permitir que te pinte con su estela. Los colores embellecen el camino.
Caracas, 18 de octubre de 2016


Torbellinos
Estás como si no estuvieras. Y sólo piensas si estarás. No viva, no muerta. Si estarás en el mundo, si serás. ¿Ser qué? ¿Cielo, mar, belleza? Ser para alguien, ser algo para alguien. Ser alguien para ti. Ser suficiente, que reconozcan que eres. Que te vean, mostrarte, que se contemplen en tu mirada, en tus versos. Resonar tú en ellos. Ser.
Y crece el ardor, y la rabia y la angustia. Y se te prende en llamas la garganta, y la espalda y las manos. Y gritas fuego, y gimes llamaradas y lloras incendios. Y pisas hundiendo el suelo, y sonríes enterrando hachas y miras derribando montañas. Y de pronto el mundo pasa del rojo al negro. Y todo es penumbras.
El abismo ya te agota. Ya no te tienta su neblina. ¿Qué significaría fundirse con la nada? No es eternidad, no te perpetúa, no es aprobación. En el abismo ya no eres. El sol no alcanza tu pecho desnudo, no germina flores en tu piel clara. ¿Qué importa entonces? ¿Por qué quieres saltar a las fauces de una tierra en la que el tiempo no es medida? No avanza. Es un estanque.
Pero a veces nadar en un estanque es la única consecuencia posible del miedo de no ser, del incendio, de la indiferencia. De las sonrisas cínicas que te cantan profecías de tu propia incapacidad de ser, de nadar más allá del estanque, de llegar al mar.
Hay veces que ya estás en el mar, eso es lo que no te dicen. Que el estanque te lo están creando ellos para que no los inunde el tsunami que ya eres. No hay jaula. No eres un gorrión. Eres águila. Y ellos, tu presa.
Caracas, 24 de octubre de 2016

domingo, 16 de octubre de 2016

Súplica de la desesperada

Torre de Hércules. A Coruña, España.


Súplica de la desesperada

Pequeña, corre, por favor.
No caigas en sus juegos barrocos.
Todo lo que ves son velos y máscaras.
Detrás no hay nada más 
que un abismo. 

Pequeña, corre, por favor.
Sus caricias te corroen sin lamentos.
No habla con la voz de los ángeles.
Sus profecías están escritas 
en el polvo de mi inocencia.

Pequeña, corre, por favor 
Tus vestidos son aún muy blancos.
Hay palomas labradas en tu rostro.
Tú no sabes lo que es dormir 
en el lecho del temor.

Pequeña, corre, por favor.
El alma también se hace de belleza.
Puedes vivir el miedo en las letras.
No hay necesidad de que sientas
a tu corazón apagarse.

Pequeña, corre, por favor.
Aún voy arrastrando mis cadenas.
Mira mis alas ensangrentadas.
Siente en mis manos
las cicatrices de mi huida.

Pequeña, corre, por favor.
¿No te lastima mi voz quebrada?
Está llena de astillas de cristal.
Ven y deja que te dibuje el plano 
de la torre en la que estaba encerrada.

Pequeña, corre, por favor.

Guatire, 16 de octubre de 2016

sábado, 24 de septiembre de 2016

Lágrimas de sol

Templo de Debod. Madrid, España.


Lágrimas de sol

Cuando el viento se queda sin colores,
la ciudad se vacía,
las conexiones se pierden,
se ensombrece el sol 
y perecen las flores
¿a qué le escribimos entonces?
A vientos de hedores,
a calles sin nombres,
a desarraigados en su patria,
a noches perpetuas,
a tierras baldías.
¿Quiénes son los poetas en un país donde la música ya no alegra?
Esos a los que les duelen las púas del viento en el pecho,
esos que le inventan leyendas a las esquinas abandonadas, 
esos que son extranjeros en su propia casa,
esos que aún lloran al ver la luna al despertar,
esos que riegan un árbol de papel en medio de una montaña en llamas.
Y aunque son conscientes de sus pechos desgarrados,
de que nadie recordará las historias mañana,
de que serán apátridas en todas las tierras que habiten,
que no crecerá la luz de sus lágrimas 
y de que el papel aviva el fuego en lugar de calmarlo,
no pueden dejar de construir castillos en la arena de una playa donde los temporales son eternos.
Porque la sangre
y los versos
y los hogares sin calor
y el llanto 
y los incendios
son los únicos templos donde les enseñaron a rezarle 
a un dios 
al que la belleza le molesta.

Caracas, 13 de septiembre de 2016 

miércoles, 24 de agosto de 2016

Retrato de Madrid

Retrato de Madrid

   Tac, tac, tac. Se tamborilea mi maleta amarilla por las calles adoquinadas de la capital española. Madrid, Madrid, siento que te he conocido desde siempre. No había visto hasta hoy tus edificios de otra época ni pintaba mi memoria los cuadros de la luz de este sol tuyo llenando de vida y colores las flores que aún se asoman entre las piedras y el concreto. Mientras avanzo a trompicones, un poco perdida entre tantas tiendas y cuerpos en movimiento acelerado, no me provoca hacer otra cosa que detenerme, detener la ciudad, detener el sol y el cielo, y sentarme frente a la Puerta del Sol, o en la Plaza Callao, y redactarle versos y versos a cada piedra, a cada hoja, a cada teja y ladrillo. No puedo comprender el hastío reflejado en los rostros de algunas personas. ¿Se agotan, acaso, de la belleza? ¿Son siquiera capaces de ver a Helena paseándose entre ellos con su vestido vaporoso y sus caireles de bronce? La han desterrado de sus memorias, pero no de la memoria de esta ciudad casi mitológica, histórica, artística. Hay arte en cada nube de Madrid, sus esquinas suenan a rock, a jazz y a flamenco. La literatura se esconde a la vista en las plazas: ningún español parece detenerse a contemplar, aunque sea por un par de minutos, a Cervantes erguido como un dios con Sancho y el Quijote a sus pies. Las flores blancas de los arbustos de la Plaza de las Cuatro Estaciones pasan casi más desapercibidas que la figura de Apolo que se yergue frente al Banco de España que está en remodelaciones. Una pequeña esperanza me calienta el alma al observar las largas filas que se forman para entrar a los museos, pero se desvanece cuando veo las obras llorando, lastimadas por los ojos que las ven sin observarlas, que se preocupan más por fotografiarlas -o fotografiarse ellos- que por sentirlas. Y quizá yo esté haciendo lo mismo. Ay, ay, que arraigada está la peste.
   Me he encontrado a Helena llorando en el Palacio de Cristal, en el Parque El Retiro, sentada en el círculo de luz que se forma en justo en el medio del recinto, creado por un Helios ansioso por estar siempre en todos lados, viéndolo todo, dejando ver todo. Los ojos diáfanos de Helena de clavan en los míos y cesan sus lágrimas. Me ve porque sabe que la veo. Se dibuja en su rostro la sonrisa más cálida que he visto jamás. Me acerco a ella y junta una de sus manos de marfil con las mías. Se me pone el mundo de cabeza y de repente ya no distingo entre ella y yo. ¿Somos la misma, somos lo mismo? Cierro los ojos y los abro en el interior de la catedral más magnífica que he visto jamás. Pero de algún modo no la veo desde afuera: estoy en cada vitral, en cada grabado, en cada escultura. El alma me canta Toledo, Toledo, y siento las voces del Quijote y el Cid gritar a través de mis venas. Me expando, me hago más inmensa, y ya han caminado mis pies y sentido mis manos las murallas del Alcázar, de las sinagogas y mezquitas, del hospital viejo y del puente que atraviesa el río. Y ahora me deslizo por un antiguo acueducto romano, en las piedras está labrado el nombre de Segovia. ¿Saben sus habitantes que en su Alcázar viven aún Juana la Loca y Felipe el Hermoso? ¿Saben que les gritan al oído sus historias, que les ruegan que no se olviden de su memoria? Nadie escucha las voces de Madrid. ¿Las escucho yo, acaso? ¿Me ha elegido Helena o la he elegido yo a ella? Sólo sé que no hay escapatoria. Me estaba esperando aquí, ahora lo entiendo. Es verdad que a Madrid la he conocido desde siempre: me la regaló ella el día que nací. Y estamos condenadas a esto, a sentirnos incompletas si no estamos juntas, a que no nos vean si no nos vemos. Pero está bien, acepto la encomienda. Seré la guardiana de su memoria, no permitiré que se pierda jamás. No estoy sola en esto, lo sé. Sé que hay otros como yo en alguna parte. Y, si Helios es bueno conmigo, permitirá que los vea, vaya a donde vaya.

                                                                                                               Madrid, 21 de agosto de 2016.