viernes, 29 de julio de 2016

Tres poemas

He decidido colgar juntos estos tres poemas porque veo ciertas similitudes de fondo en ellos. Pero ya decidirán ustedes si están de acuerdo con esa idea.

Introspección

Venero las horas solitarias
contemplando el cielo deshacerse
y alabo las horas melancólicas
esparciendo pensamientos en la bóveda.

Es en estas horas adustas
y no en otras más festivas
cuando comprendo las preguntas,
cuando me lleno de dudas,
cuando se me agotan las respuestas.

Por eso las enaltezco,
por eso agradezco sus colores tímidos,
sus canciones de jazz nostálgico
y su aroma a biblioteca antigua.

Porque no hay respuestas válidas,
sólo argumentos mejor sembrados.
No existe una estructura anterior,
sólo un diseño aleatorio.
No estamos asentados en ningún lugar,
sólo nos movemos esquizofrénicamente,
sin ser conscientes de nuestras errancias.

Creo que Odiseo ha sido el único que lo ha entendido:
que no vivimos si no vagamos,
si no cambiamos el destino cuando lo alcanzamos,
si no navegamos por mares de monstruos
y si no escuchamos a las sirenas
sin ahogarnos por sus cantos.


Guatire, 21 de junio de 2016


Nada

Decidí un día
vivir sin letras
sin palabras, sin poemas.
Me desperté en mi cama
-aunque realmente no la sentía mía-,
casi no noté las diferencias en -mi- casa
-cómo hacerlo,
si vivimos las rutinas en una prosa amalgamada-,
pero cuando salí
y levanté la mirada
me di cuenta de que no había cielo:
se había extinguido el sol,
los colores se ocultaban tras las sombras.
Y es que todo era sombras,
no había diferencia entre los rostros de las personas,
ni en los bigotes de un perro y un gato.
Pero lo peor, lo peor de todo
es que yo no era nadie:
mi alma se había escondido con los versos y los sentimientos.
Todo era sensaciones sin nombre, estímulos externos sin sentido,
percepciones sin reflexiones.
Y me ahogaba,
y la confusión me ahogaba más.
Se borraron las diferencias entre lo vivo y lo muerto
y así me perdí
y el mundo se perdió también.
Caracas, 11 de julio de 2016


Retrospección enmascarada

Hoy echo de menos un sol antiguo
cuya luz -falsa- se rompía en estrellas sobre mi piel.
Añoro las brisas de aire fresco en mayo,
que me envolvían en un -falso- reconfortante abrazo.
Recuerdo con nostalgia la sensación de las semillas brotando bajo mis pies desnudos,
obsequiándome una -falsa- rosa nevada.
Extraño el agua diáfana de las cascadas de invierno,
y la -falsa- pureza que dejaban al deslizarse por mi garganta.

Revolotea hoy mi alma
por las memorias de un pasado de -sombras- luces,
en el que cantaba himnos -fúnebres- de fiestas
y sonría -lloraba- cada noche
cuando recordaba que estaba viva.
Guatire, 13 de julio de 2016

sábado, 16 de julio de 2016

Monólogo de Odiseo

Hace tiempo que quería publicar este monólogo, que escribí originalmente para mi clase de Literatura y Vida durante mi primer semestre en la escuela de Letras. Hoy veo muchas cosas en él que no veía cuando lo escribí, hace ya un año. Este es un Odiseo al que enfrenté, casi sin querer, con el absurdo Camusiano. No me imagino realizando hoy semejante experimento, lo que definitivamente me hace agradecer haberlo hecho accidentalmente. Creo que así, por accidente, es que nacen algunas de las mejores cosas de este mundo. Pero juzguen ustedes.


Monólogo de Odiseo
–Esto que voy a contarte, amigo mío, ¡ay, amigo mío! lo llevo enterrado muy profundo en el alma. Y es que ya no sé quién soy, no sé si soy esta vergüenza, estas errancias, estas imprudencias. Me he perdido, me he perdido en los mares de mi inconsciente. Y me estoy ahogando. Poseidón no me deja respirar. Estoy tratando de refrenarlo, pero es imposible. Me lo he buscado. Este peso sobre mis hombros, estas rodillas débiles, estas alas rotas, me las he buscado yo y nada más que yo. Tengo que sacármelo, así que por favor, escúchame. Tú, que no has caminado conmigo a través de mis desaciertos, tú, juez imparcial, escúchame. Nix y yo nos hemos hecho cercanos amigos, mucho más de lo que alguna vez pude haber imaginado. Y es que estas viejas jornadas me están alejando de Hipnos, cuyo rostro ya no podría reproducir si eso me pidieras. Lo he olvidado, lo he olvidado en beneficio de mis días pasados. Me asedia, sobre todo, el fantasma de aquella diosa, en la mitad de mi viaje. Una diosa de cabello azafrán, piel de perlas y ojos uránicos. La primera vez que vi su rostro infinito sentí estar observando todas las verdades del universo en el contraste perfecto del día y la noche que era ella. Se me reveló la verdad, y la verdad resultó ser el misterio del pasado. La memoria, la capacidad de recordar, de aprender de nuestros fallos y aciertos para construir nuestro futuro es lo que nos hace humanos. Eso, aunado, por supuesto, a las emociones. Y emociones muy fuertes experimenté en el lecho que compartimos durante incontables lunas. No te voy a mentir: no estaba buscándola cuando la encontré. La encontré sin esperarla, sin si quiera quererla, porque un dios me dijo que encontrarla sería la única manera que tendría de volver a mi hogar. ¿Por qué será, amigo mío, ¡ay, amigo mío!, que para volver a Ítaca, a los brazos de mi adorada Penélope, he tenido que pasar antes por los brazos de ella? No sé cómo llamar al año fugaz que pasé a su vera. ¿Prueba? ¿Fue una prueba para mí, o para ella? ¿Tenía yo algo en mi interior que ella necesitaba, aunque no pudiera quedarme? A lo mejor ella necesitaba de mi pasado para empezar a vivir y dejar de existir. Quizá, creo, estoy casi seguro, de hecho, de que cambié su esencia. Su hostilidad, su agresividad, ahora amabilidad y hospitalidad. Torné su oscuridad en luz. ¿Se vale decirlo, o suena muy pretencioso? ¿Tú que piensas? La verdad yo no lo sé, pero lo que sé es que cuando llegué a su isla me engulló la oscuridad, y cuando salí me liberó la luz. De bruja a mujer, de inmortal a mortal. Pero es mentira esto que digo, ahora lo veo. Yo no la cambié, yo sólo la ayudé a reconocerse. Porque ella es como esa flor que me dio Hermes para neutralizar su magia: blanca y negra. Y va más allá de lo que ya te dije antes, del día y la noche en su cuerpo. Lo que eres es lo que te neutraliza, y ella es sabia, pero también siente. Y a mí me regaló ambas cosas, sus saberes y sus sentires, porque la ayudé con lo segundo. Te quito, pero te doy. ¿Lo ves, me sigues? Te encuentras cuando no te estás buscando. Mi plan, siguiendo los consejos del dios, simplemente era recuperar a mis hombres, seres de raciocinio convertidos por ella en seres irracionales. Pero, ¿que saben los sentimientos de razones, amigo mío? Sólo alguien como ella podría compaginar ambos términos sin crear un enorme disparate. Y así me lo demostró al despedirme, a orillas del mar, negro vestido, negro velo, negro pelo, blanca piel. No puso reticencias en que me fuera, pero le guardaba luto a mi partida. Sabe que el mejor amor no siempre es el que más dura, sabe que amar tiene que ver con la intensidad de tu entrega. Y sabe también que, a veces, por mucho que lo desees, no todos pueden quedarse. Sabe que algunos sentimientos son tan intensos que, aunque no parezcan estar, realmente siempre están. Sabe que esa clase de sentimientos son tan indestructibles que pueden convivir con la llegada de unos nuevos sin que esto le quite validez ni a los unos ni a los otros. Y sé que lo sabe porque sabía quién era yo y sabía de mi Penélope. ¿Cómo no rendirte a sus pies, amigo mío? ¡Ay, amigo mío! ¿No es una maravilla? Una maravilla, pero no una maravilla natural: una maravilla mágica, imposible. Estamos acostumbrados a asociar la belleza con la naturaleza, pero ella me demostró que algunos misterios son más hermosos que las verdades que encierran. ¿Qué me importaba saber a mí, amigo mío, cuál era su verdad cuando su misterio era tal? Espera, ya continúo, disculpa mi interrupción. Pero he recordado una vaga reflexión que cruzó por mi mente mientras la veía por última vez, en aquel vestido de oscuridad del que te hablé. Recuerdo haber pensado en la relatividad inmanente de la belleza y el tiempo. Ella no se parece en nada a mi Penélope, pero a pesar de que una es inmortal y la otra mortal, las considero a ambas increíblemente hermosas: una todo enigma, la otra toda transparencia. Lo mismo el tiempo, pues mientras un solo año en Troya me parecía eterno, un  año a su lado me ha parecido tan efímero como el revoloteo de alas de una mariposa. Comparo el misterio de la belleza y el tiempo con el misterio de la luz y la oscuridad que ella encarna. Y ahora que te he dicho esto, entiendo que mis anhelos son infundados. Jamás podré entenderla, porque la comprensión de lo que no es natural va mucho más allá de la capacidad de entendimiento de los mortales. ¡Y eso soy, amigo mío! ¡Ay, amigo mío! Un mortal y nada más que un mortal. ¿Será por eso que tuvimos que compartir esas noches de primavera? Cualquiera que la observa, que la escucha, que la vea, que se funda con ella, entenderá lo insignificante que es su vida realmente. No sé en qué momento lo supe yo. No sé siquiera si lo sabía antes de decírtelo. Pero soy consciente ahora, de que así como la enfrenté a su esencia completa, ella me enfrentó a la mía: la mortalidad. Que he muerto dos veces, me dijo. No sé si logro comprenderlo (como ya te dije, es una quimera aspirar a tal y tiránica tarea. Un mortal, entendiendo a una diosa ¡ja!), pero lo que sí sé es que la consciencia de que voy a morir me estaba matando. No quería enfrentarme conmigo mismo, con tantos días perdidos, con tantas ideas desengañadas. Ahora comprendo que mi más grande hazaña no fue haber participado y ayudado a ganar la guerra contra los teucros, ni haber salido airoso de mis insensateces, vez tras vez. Mi mayor hazaña es ésta, descubrir y aceptar mi verdad, mi realidad. Gracias, amigo mío, porque estas lastimeras lágrimas que he derramado mientras te hablaba no las derramaré de nuevo. Mis próximos llantos no serán de aceptación, quizá de nostalgia, pero ahora que me he confesado contigo, no volveré a penar al admitir que mi nombre es Odiseo y soy un náufrago.


Lo que el desgraciado de Odiseo, el Náufrago, no sabía, es que eso que lo hizo mortal sería, indirectamente, lo que lo mataría: el fruto del amor entre la naturaleza y lo antinatural sólo puede ser la muerte.

Guatire, 01 de agosto de 2015

domingo, 3 de julio de 2016

Gin tonic

Gin tonic

Al abrirse las puertas tuve una buena impresión. Él era exactamente como lo había imaginado siempre en mis sueños más caóticos: alto, cuerpo esculpido, caireles broncíneos, profundos ojos del color del mar caribe y piel tersa y mate. Casi podía observar, extendiéndose tras su espalda fuerte, unas amplias alas negras, como de ángel vengador. Lo supe de inmediato, que él era el elegido, que Perséfone me había enviado a su favorito.  Finalmente, después de muchas noches entonando plegarias, había atendido a mis cantos.
—¿Te invito una copa? —Me preguntó, después de sentarse a mi lado, frente a la barra. Sonaba una melodía de jazz suave, mi vestido era muy corto y él no podía dejar de mirarme las piernas. Sabía jugar bien su papel. Eso me sedujo.
—Gin tonic —Accedí, a pesar de que la técnica de retardamiento me producía ansiedad; esto no era una tragedia griega ni un relato homérico. Podría haberme dedicado a reflexionar que era “esto” exactamente, pero me convertí en “Extranjera” por un momento y decidí no hacerme preguntas. ¿Qué coño importaba, de todos modos?
Me puso una mano en el muslo cuando dejé la copa vacía sobre la barra. Se me aceleró el corazón y sentí el pulso latirme con fuerza contra la sien. Lo miré, me miró, y tuve claro que él sabía que sus intenciones me eran transparentes. Supo también que deseaba que las ejecutara.
Entrelazó sus dedos con los míos y de un girón me bajó de la butaca. Salimos del bar y recorrimos varias calles hasta llegar a un motel: “PLUTÓN”, justo como siempre lo había imaginado en esos sueños caóticos. Me lanzó sobre el colchón raído, se abalanzó sobre mí, sacó el cuchillo y se reflejaron mis ojos enfebrecidos en la hoja pulida. Sonreí ampliamente, sin miedo, mientras me lo enterraba en el corazón. Por fin había llegado el momento: me reuniría con Perséfone.

Caracas, 20 de febrero de 2016