No hay imágenes. Insomnio. Días sin dormir o durmiendo mal o durmiendo
despiertos. Miradas, son todo miradas y rostros sin nombres o con muchos
nombres. Y el silencio, el silencio ya no existe. Nos lo robaron. ¿Dónde estás
que no te veo, Helena, dónde estás? Se supone que la sangre y las lágrimas son
las mejores tintas para nuestras plumas, eso nos dice la historia. Pero yo no
puedo escribir. Me gustaban los insomnios que le dedicaba a las musas, pero en
estos insomnios ellas callan porque todos gritan. No hay palabras pero tampoco
hay silencio. La tragedia fue privada la última vez que pasé tantos días sin
escribir. El abismo y el caos estaban consumiéndome desde el interior de mi
pecho. Estaban allí, engullendo poco a poco mi carne y mis huesos, pero estaban
allí, contenidos en mis fronteras. Yo era su represa y sólo se desbordaban en
los límites de mi cuerpo maltratado. ¿Y ahora? Ya no me queda el consuelo falso
de que es una sola alma la que está rota. Ya no es la lucha egoísta del cuerpo
contra la memoria. No, ya no grito yo sola, ahora gritan todos. ¡Pero es que
siempre han gritado todos, gritaban cuando creía que gritaba yo sola y siguen
gritando ahora que los oigo! La lucha contra la memoria, contra algunas zonas
de la memoria, no se acaba nunca, eso es cierto. ¿Pero y esta? ¿Qué hacemos
cuando tenemos que mantener viva la zona de la memoria que más vida nos quita?
Los rostros las miradas los nombres. Siempre en los labios. Siempre en
las manos. Siempre en los pies. ¡Pero queman, joder, queman! Abres las ventanas
y todo es fuego. Afuera arde pero adentro arde también. Las lenguas se cuelan
por las grietas de las paredes, por las esquinas, por los resquicios de las
baldosas mal puestas, por las goteras que aún tiene el techo. Y ninguna memoria
se calla, nunca. Ni la mía ni la de esta tierra. Hay que aprender a escuchar.
Tenemos que afinar el oído antes de que empieza a gritarnos. Y ya es muy tarde.
¿Para qué? ¡Qué se yo! La única realidad aquí es que nadie sabe nada. Seguimos
a los que mejor aparentan la mentira de la comprensión. Pero habría que
sumergirse en el mar de lava de ella, de la memoria, de la individual y de la
colectiva, para acercarnos a algo parecido al entendimiento. Y de ahí sólo sale
vivo el que es escoltado por Helena. ¿Y dónde estás, Helena, dónde? No estás en
el llanto de las madres que no van a volver a escuchar nunca las risas de sus
hijos. No estás en el chasquido seco e indiferente de los rifles de los
uniformados. No estás en las palabras brutas y vulgares de los que dicen
gobernar. (En realidad el único gobierno es el del caos. Toda sensación de orden
es un espejismo). Quizás veo tu sonrisa en dedos que se entrelazan, en cuerpos
que se juntan, en miradas que se encuentran en medio de estos desatinos. Debe
haber algún niño en alguna parte acariciando a un gato callejero. Debe haber
alguien enterándose de que no volverá a cruzar caminos jamás con su abusador.
Debe haber alguien viendo al cielo y dándose cuenta por primera vez de que está
vivo.
¿Para eso sirven estos caos, no? Para diferenciarse del ruido, para
entender lo que significa estar aquí hoy. ¿Y esos que ya no están, lo habían
entendido también? ¿Habrían salido a las llamas si hubieran sabido que ese
era su horizonte? ¿O es que acaso esa es la única manera de caminar por el
incendio? Suponiendo que no vas a salir nunca. Que no hay océano detrás del
fuego. Ninguna muerte sirve nunca para nada. La muerte nunca "vale la
pena", ni honra a una tierra o a un principio. ¿Vale la pena morir por la
libertad? La libertad de otros, porque tú ya no estás. La muerte siempre es
injusta. ¿El sacrificio, el precio a pagar? Ellos no van a volver a ver el mar
nunca. Se acabaron las flores y los besos y el dolor. Se acabó. Y a nosotros
nos arden mucho las miradas y los rostros y los nombres. Tenemos nuestros propios
abismos y ahora tenemos un abismo compartido y el abismo de los que ya se
fueron. ¿Vale la pena contar de aquella vez que me di cuenta de que veía el
mundo encerrada en una torre de cristal? ¿De qué sirve hoy mostrar las heridas
que me causaron las astillas en las manos cuando las quebré para escaparme? ¡Y
yo pensaba que era libre y que se había acabado y que era el último gran titán!
¿Por cuántas libertades puede luchar uno sin decidir que al final los motivos
en realidad no existen? Porque no los ves porque estás luchando para
recuperarlos pero no conoces su rostro o se te olvidó de qué color eran sus
ojos.
Insomnio pero se asoman las palabras. Sin orden sin medida sin imágenes,
pero se asoman. En realidad no cambia nada. Las miradas y los rostros y los
nombres y el ruido y las ausencias y la memoria siguen surcándome la piel. Pero
se asoman las palabras. Febrilmente.
Guatire, 26 de abril de 2017
Que al menos nos queden las palabras, que aunque sea una sola permita, como grito desgarrado, decir que existimos, que cada uno diga la suya, la propia, la que le pertenece y se forme un coro alto, sonoro, estruendoso que repita hasta el infinito ¡libertad!, ¡libertad! Luego sobrevendrán los insomnios de la alegría...
ResponderEliminarEstoy de acuerdo manfranc, las palabras, sobre todo las declaraciones crean mundo. Todo lo que nos pasa es muy duro, sentirse sin futuro parece deshacer el sentido.
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