Hace tiempo que quería publicar este monólogo, que escribí originalmente para mi clase de Literatura y Vida durante mi primer semestre en la escuela de Letras. Hoy veo muchas cosas en él que no veía cuando lo escribí, hace ya un año. Este es un Odiseo al que enfrenté, casi sin querer, con el absurdo Camusiano. No me imagino realizando hoy semejante experimento, lo que definitivamente me hace agradecer haberlo hecho accidentalmente. Creo que así, por accidente, es que nacen algunas de las mejores cosas de este mundo. Pero juzguen ustedes.
Monólogo de Odiseo
–Esto
que voy a contarte, amigo mío, ¡ay, amigo mío! lo llevo enterrado muy profundo
en el alma. Y es que ya no sé quién soy, no sé si soy esta vergüenza, estas
errancias, estas imprudencias. Me he perdido, me he perdido en los mares de mi
inconsciente. Y me estoy ahogando. Poseidón no me deja respirar. Estoy tratando
de refrenarlo, pero es imposible. Me lo he buscado. Este peso sobre mis
hombros, estas rodillas débiles, estas alas rotas, me las he buscado yo y nada
más que yo. Tengo que sacármelo, así que por favor, escúchame. Tú, que no has
caminado conmigo a través de mis desaciertos, tú, juez imparcial, escúchame. Nix
y yo nos hemos hecho cercanos amigos, mucho más de lo que alguna vez pude haber
imaginado. Y es que estas viejas jornadas me están alejando de Hipnos, cuyo
rostro ya no podría reproducir si eso me pidieras. Lo he olvidado, lo he
olvidado en beneficio de mis días pasados. Me asedia, sobre todo, el fantasma
de aquella diosa, en la mitad de mi viaje. Una diosa de cabello azafrán, piel
de perlas y ojos uránicos. La primera vez que vi su rostro infinito sentí estar
observando todas las verdades del universo en el contraste perfecto del día y
la noche que era ella. Se me reveló la verdad, y la verdad resultó ser el
misterio del pasado. La memoria, la capacidad de recordar, de aprender de
nuestros fallos y aciertos para construir nuestro futuro es lo que nos hace
humanos. Eso, aunado, por supuesto, a las emociones. Y emociones muy fuertes
experimenté en el lecho que compartimos durante incontables lunas. No te voy a
mentir: no estaba buscándola cuando la encontré. La encontré sin esperarla, sin
si quiera quererla, porque un dios me dijo que encontrarla sería la única
manera que tendría de volver a mi hogar. ¿Por qué será, amigo mío, ¡ay, amigo
mío!, que para volver a Ítaca, a los brazos de mi adorada Penélope, he tenido
que pasar antes por los brazos de ella? No sé cómo llamar al año fugaz que pasé
a su vera. ¿Prueba? ¿Fue una prueba para mí, o para ella? ¿Tenía yo algo en mi
interior que ella necesitaba, aunque no pudiera quedarme? A lo mejor ella necesitaba
de mi pasado para empezar a vivir y dejar de existir. Quizá, creo, estoy casi
seguro, de hecho, de que cambié su esencia. Su hostilidad, su agresividad, ahora
amabilidad y hospitalidad. Torné su oscuridad en luz. ¿Se vale decirlo, o suena
muy pretencioso? ¿Tú que piensas? La verdad yo no lo sé, pero lo que sé es que
cuando llegué a su isla me engulló la oscuridad, y cuando salí me liberó la
luz. De bruja a mujer, de inmortal a mortal. Pero es mentira esto que digo,
ahora lo veo. Yo no la cambié, yo sólo la ayudé a reconocerse. Porque ella es
como esa flor que me dio Hermes para neutralizar su magia: blanca y negra. Y va
más allá de lo que ya te dije antes, del día y la noche en su cuerpo. Lo que
eres es lo que te neutraliza, y ella es sabia, pero también siente. Y a mí me
regaló ambas cosas, sus saberes y sus sentires, porque la ayudé con lo segundo.
Te quito, pero te doy. ¿Lo ves, me sigues? Te encuentras cuando no te estás
buscando. Mi plan, siguiendo los consejos del dios, simplemente era recuperar a
mis hombres, seres de raciocinio convertidos por ella en seres irracionales.
Pero, ¿que saben los sentimientos de razones, amigo mío? Sólo alguien como ella
podría compaginar ambos términos sin crear un enorme disparate. Y así me lo
demostró al despedirme, a orillas del mar, negro vestido, negro velo, negro
pelo, blanca piel. No puso reticencias en que me fuera, pero le guardaba luto a
mi partida. Sabe que el mejor amor no siempre es el que más dura, sabe que amar
tiene que ver con la intensidad de tu entrega. Y sabe también que, a veces, por
mucho que lo desees, no todos pueden quedarse. Sabe que algunos sentimientos
son tan intensos que, aunque no parezcan estar, realmente siempre están. Sabe
que esa clase de sentimientos son tan indestructibles que pueden convivir con
la llegada de unos nuevos sin que esto le quite validez ni a los unos ni a los
otros. Y sé que lo sabe porque sabía quién era yo y sabía de mi Penélope. ¿Cómo
no rendirte a sus pies, amigo mío? ¡Ay, amigo mío! ¿No es una maravilla? Una
maravilla, pero no una maravilla natural: una maravilla mágica, imposible.
Estamos acostumbrados a asociar la belleza con la naturaleza, pero ella me
demostró que algunos misterios son más hermosos que las verdades que encierran.
¿Qué me importaba saber a mí, amigo mío, cuál era su verdad cuando su misterio era
tal? Espera, ya continúo, disculpa mi interrupción. Pero he recordado una vaga
reflexión que cruzó por mi mente mientras la veía por última vez, en aquel
vestido de oscuridad del que te hablé. Recuerdo haber pensado en la relatividad
inmanente de la belleza y el tiempo. Ella no se parece en nada a mi Penélope,
pero a pesar de que una es inmortal y la otra mortal, las considero a ambas increíblemente
hermosas: una todo enigma, la otra toda transparencia. Lo mismo el tiempo, pues
mientras un solo año en Troya me parecía eterno, un año a su lado me ha parecido tan efímero como
el revoloteo de alas de una mariposa. Comparo el misterio de la belleza y el
tiempo con el misterio de la luz y la oscuridad que ella encarna. Y ahora que
te he dicho esto, entiendo que mis anhelos son infundados. Jamás podré
entenderla, porque la comprensión de lo que no es natural va mucho más allá de
la capacidad de entendimiento de los mortales. ¡Y eso soy, amigo mío! ¡Ay,
amigo mío! Un mortal y nada más que un mortal. ¿Será por eso que tuvimos que
compartir esas noches de primavera? Cualquiera que la observa, que la escucha,
que la vea, que se funda con ella, entenderá lo insignificante que es su vida
realmente. No sé en qué momento lo supe yo. No sé siquiera si lo sabía antes de
decírtelo. Pero soy consciente ahora, de que así como la enfrenté a su esencia
completa, ella me enfrentó a la mía: la mortalidad. Que he muerto dos veces, me
dijo. No sé si logro comprenderlo (como ya te dije, es una quimera aspirar a
tal y tiránica tarea. Un mortal, entendiendo a una diosa ¡ja!), pero lo que sí
sé es que la consciencia de que voy a morir me estaba matando. No quería
enfrentarme conmigo mismo, con tantos días perdidos, con tantas ideas
desengañadas. Ahora comprendo que mi más grande hazaña no fue haber participado
y ayudado a ganar la guerra contra los teucros, ni haber salido airoso de mis
insensateces, vez tras vez. Mi mayor hazaña es ésta, descubrir y aceptar mi
verdad, mi realidad. Gracias, amigo mío, porque estas lastimeras lágrimas que
he derramado mientras te hablaba no las derramaré de nuevo. Mis próximos llantos
no serán de aceptación, quizá de nostalgia, pero ahora que me he confesado
contigo, no volveré a penar al admitir que mi nombre es Odiseo y soy un
náufrago.
Lo que el desgraciado de Odiseo, el Náufrago, no sabía, es que eso que lo hizo mortal sería, indirectamente, lo que lo mataría: el fruto del amor entre la naturaleza y lo antinatural sólo puede ser la muerte.
Guatire, 01 de agosto de 2015
He traducido su poema : Ciudad suicida.
ResponderEliminarendirectdemontevideo.unblog.fr
¡Muchas gracias! Traté de comentarle en su blog, pero no pude. Muy buena su iniciativa.
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