martes, 22 de marzo de 2016

Cacería

Inseguridad, inseguridad. 

No se me había pasado por la mente que publicar alguno de mis textos iba a causarme tanta inseguridad como crear el blog mismo. Supongo que se trata de exponerse y ser consciente de que estás dándole al mundo —mundo, vaya con mi ego— todas las herramientas para que te juzguen y señalen con el dedo.

Inseguridad, inseguridad.

Hay que vencerla, como todos los miedos. Así que voy a echarme una mano a mí misma y empezaré publicando algo que ya publiqué en la revista Canibalismos: Cacería. Ojalá que lo disfruten (aquí les dejó el link de la publicación original https://issuu.com/canibalismosletras/docs/canibalismos__tomo_6_.).

Cacería
Era nueva en la cacería cuando lo conocí. Lo vi tan bello, tan brillante, tan perfecto, que no dudé en acercarme a él. Pude notar su interés en mí, en una pequeña criatura indefensa, gris, opaca e inocente. Una pequeña criatura cegada por la luminiscencia de aquel espécimen maravilloso que, por alguna razón que no podía explicarme, se abría camino hacia mí, ignorando otros seres indudablemente más llamativos. Me regaló sus colores, me habló de sus experiencias, me prometió que a su lado, no tendría nada que temer: él no era como los otros cazadores, él era un cazador bueno. Aunque según él yo era una presa fácil, jamás sería capturada si permanecía a su lado. Seguridad, certeza, firmeza. Demasiado tentador, apetecible, irrechazable.
Al principio estaba segura de haber tomado la decisión correcta al entregarle mi confianza. Todo iba según sus planes: me sentía invencible, impoluta, virtuosa. Cuando ya me había convertido en la mejor versión de mí misma que había existido jamás, empezó a devorarme. Sentí cada mordisco arrancándome, poco a poco, partes de mi alma. Calmó mi desesperación con palabras vacuas, es normal, está bien, siempre es así. Y estaba tan seducida que quise creerle, me obligué a creerle. Me convencí a mí misma de que las únicas verdades que existían eran las suyas y que, a fin de cuentas, yo seguía siendo una presa fácil y él un cazador bueno.
El tiempo pasó y el cansancio aumentó. Él estaba cada vez más hinchado y yo cada vez más vacía. Me había convertido en un rompecabezas cuya imagen original era imposible de definir por la cantidad de piezas faltantes. Se tragó entonces el último pedazo, y con él lo que me quedaba de vida. Cuando yo ya no era más que un ser que existía sin razón, vomitó. Y entonces la vi, a mi alma, las piezas del rompecabezas esparcidas a mí alrededor, y a él como lo que de verdad era, un cazador despiadado. Entonces fui consciente de todo lo que había sucedido desde el principio, comprendí las mentiras, los engaños, y lancé mis garras a su cuello, dispuesta a devorarlo, a demostrarle que la presa se había convertido en cazadora. Pero no lo hice.
Me detuve en el preciso instante en el que asimilé que no existen presas ni cazadores, que no somos más que depredadores, que esto es un juego de roles y que de ti depende decidir cuál papel eliges. Le sonreí, agradecida, y, sola, rearmé mi rompecabezas.
Te vi entonces. Tú también me viste. Deseé que me devoraras, tú también lo deseaste. Me volviste a ver y, nuevamente, me lancé a la cacería.
Guatire, 4 de octubre de 2015



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