Abuela, abuelo: hoy los entiendo un
poquito más. No sólo inmigrantes españoles, algo más: exiliados, casi a la
fuerza, por la guerra, por el dolor. Me encantaría poder abrazarlos y
decirles: yo entiendo. Pero no puedo. Y es casi un chiste cósmico, esto de los
ciclos. Nadie se está riendo, pero casi, casi, me alegra que no tengan que ser partícipes de esta barbarie, de este
chiste del que nadie se ríe, otra vez.
I.
En las guerras en realidad hay un sólo bando: el dolor. Y la sangre no es roja
o azul porque siempre es igual: negra. Quizás es por eso es que algunos no la
ven o se empeñan en no verla: se confunde con el pavimento mojado o con la
oscuridad de los que la derraman o con el sol que ya no sale.
II.
En las guerras a veces uno amanece acordándose del pasado. Y hay días en los
que uno se aferra a esos otros días y ve con cariño aquellos terrores que vivió
en soledad. Porque vivir una tragedia privada es más fácil que vivir una
pública. A dónde te escapas en dónde te escondes en quién te refugias si hay un
sólo bando y es el dolor y hay un sólo color y es el negro.
III.
En las guerras uno entiende realmente el significado del hoy y de la belleza.
Antes uno pensaba que lo sabía pero de pronto se da cuenta de que todo lo que
creía que sabía es un borrón. Uno aprende el valor del hoy cuando no tiene más
opciones que vivir en él y uno aprende el valor de la belleza cuando no la
encuentra y se obliga a buscarla porque sin ella no puede vivir en el hoy
porque todo es pasado. Y te arrastra.
IV.
En las guerras a uno le da por cantar todas las canciones que le recuerdan a
otros dolores. De hecho, uno se empeña en reabrir las heridas y sangrarlas de
nuevo y ver un color que no sea negro y sentir un dolor que no sea el de una
tierra. Es más cómodo sufrir como un desterrado. Y es que esas heridas de otros
días te recuerdan que es posible cicatrizar el sufrimiento y dejar de llorar y
uno se tiene que aferrar a algo porque si no es imposible vivir en el hoy y
buscar la belleza. Pero cómo vives en el hoy aferrándote a que el pasado ya es
pasado y que alguna vez viste la belleza. Cómo.
V.
En las guerras uno se ve tentado a refugiarse a lo banal, porque te tienes que
aferrar a algo y aferrarte al pasado es muy complejo. En lo banal no piensas y
si no piensas no sientes y no ves la sangre negra ni el sol que ya no sale y no
te importa que Helena se haya exiliado. Pero te tiene que importar y tienes que
obligar a Helena a volver y gritarle: yo sé que es más fácil vivir el dolor como
extranjero pero te necesito aquí para que le des colores a la sangre y alumbres
el sol y no permitas que la oscuridad marchite las flores y porque sin ti me
tengo que aferrar al pasado o a lo banal y si me aferro al pasado no vivo el
hoy y si me aferro a lo banal no te busco.
VI.
En las guerras uno tiene que acordarse de los motivos por los que luchaba
antes. Jamás volverás a ser esa persona que luchaba por esas otras cosas pero
esta persona nueva que eres puede apropiarse de esas causas antiguas. Esta
nueva persona ve todo aquello con unos ojos nuevos y puede decidir deshacerse
de lo que era banal y seguir luchando por lo que de verdad era importante. Y al
final sólo importa una cosa: la libertad.
VII.
En las guerras tarde o temprano uno se da cuenta de que la libertad, la
justicia y la belleza son sinónimos. Y si en las guerras tienes una motivación
diferente a esas tres palabras, a las palabras, entonces no luches porque no
eres noble y bates tus armas en favor de la peste. Y es que al final uno sí se
tiene que aferrar a algo pero eso a lo que se tiene que aferrar no es el pasado
ni lo banal ni el futuro: uno se tiene que aferrar a la belleza aunque no la
vea porque precisamente volver a verla alguna vez es el motivo, por eso estás
en el frente y por eso derramas tu sangre negra bajo un sol que ya no sale y
sobre un pavimento que ya estaba mojado antes de que tu llegaras y por eso
perteneces al único bando que existe: el dolor. Todos lloran el exilio de
Helena.
Guatire, 22 de mayo de 2017